Lo que provoca una regleta, parte 1
Hace un tiempito que vengo queriendo arreglar—o esconder—el cablererío en mi escritorio. Hoy encontré por fin la regleta que buscaba: con la cantidad de enchufes que quería, en la disposición que necesitaba, del tamaño perfecto para encajar en la cajita que tenía preparada para el disimule.
Llegué a casa y me puse manos a la obra. Después de limpiar el escritorio, conseguir ligas, amarrar cables y usar varias tiritas de cintas aislante, todo en el escritorio estaba por fin en su lugar. Pero no todo.
Como siempre ocurre cuando uno empieza a ordenar algo, me encontré reacomodando, aseando esquinas, desempolvando y moviendo muebles. Bueno, en realidad, me encontró mi mujer, que tuvo la suerte o la desdicha de verme en fachas caseras en este ajetreo. Y de repente, como era de esperar, como hubiera sido si fuera al revés, movida por el mismo impulso—o impulsada por el mismo espíritu—, nos descubrimos limpiando, moviendo y reordenando el departamento. Botamos algunas cosas, separamos otras para regalar, y ahora la casa está más limpia, más bonita y el uso del espacio es más eficiente. Y todo por una regleta.
Es increíble la cantidad de cambios grandes que puede provocar uno pequeño.
Julio*
Santa Cruz, 7 de agosto de 2022